jueves, 24 de noviembre de 2011

La historia de mi barrio

Amelia llegó a Villa Ortúzar en 1940
              Amelia Pepino, mujer de 82 años, cuando habla nos transporta al pasado. Aquel pasado del almacén, las puertas de las casas abiertas, los niños revoloteando en la calle y el tranvía. Desde 1940 que Amelia vive en Villa Ortúzar emigrada de Venado Tuerto, provincia de Santa Fe. Intrigado por el pasado de éste, la entrevisté para que cuente cómo era en aquellos años mi barrio y mi país.
¿A qué edad te viniste?
Yo me vine para empezar sexto grado. Yo no se porque no me anotaron en una escuela por acá. Yo hice sexto grado en una escuela de Villa del Padre. Cerca de la familia de los Boscaglia, una familia amiga que ahora están en Mar del Plata. Yo me quedaba todo el fin de semana allá porque en esa época no viajábamos en colectivo. Las cuadras eran de tierra. En esa época había poca edificación.
¿Cómo era el Villa Ortúzar con el que te encontraste cuando llegaste de Venado Tuerto?
Y lo que me acuerdo, y hoy en día se mantiene, es que había cualquier cantidad de fábricas. Todas las chicas trabajaban en una fábrica. Estaba la algodonera, la Sudantek, una fábrica textil. Siempre fue un barrio con mucha presencia de fábricas.
¿Por qué vinieron a Buenos Aires?
Mi para era carnicero allá en Venado. Era una de las carnicerías más importante que había allá. Tenía dos cortadores. Tenía una clientela bárbara pero todo con libreta, vino la malaria y no pudo cobrar casi nada.
¿Antes era muy común esto de fiar?
Mi papa, cuando estábamos en el campo, se compró un coche. Y ahí en Venado Tuerto había Ramos Generales, que venden todo. Estaba en una esquina y abarcaba media cuadra para acá y media cuadra para allá. Y se compró un coche ahí. ¿Sabes cómo lo pagó? Se lo anotaron en la libreta con la mercadería, porque él se llevaba mucha mercadería de ahí. Entonces cuando pagaba todos los meses pagaba, la mercadería y una cuota del auto.
Eso tiene que ver un poco con algunos valores que se perdieron en el tiempo y la desconfianza que hay entre los seres humanos.
Y escúchame, antes te prestaban plata, o vos prestabas y sabías que esa plata volvía. Ahora si no haces papeles y firmás y que se yo, te cagan. Era distinta la vida, que querés que te diga. No es porque uno haya sido de esa época. Ahora tendrán cosas mejores también. Pero antes salíamos a jugar a la noche, en la esquina, abajo del farol, andar en bicicletas hasta las 12 de la noche, un grupo de chicas.
¿Qué cosas te acordás que pasaban en el barrio que hoy ya no?
Y son esas costumbres que se perdieron, que ya no se hacen más. En esa época, estamos hablando de la década del 40, pasaba un hombre caminando por la calle con una vaca y si uno quería comprar lo paraba y el hombre ordeñaba a la vaca. Después, a la leche, la pasteurizaba uno una la casa, hirviéndola.
¿A qué edad empezaste a trabajar?
A los 14 años yo empecé a trabajar porque no quise estudiar. A mí me dieron a elegir y trabajábamos todos. Menos mi mama.
Antes era más normal que la mujer se quede en la casa
Y cómo iba a trabajar mi mama. Éramos cinco, estábamos todos solteros. Quién hacía la comida, quién limpiaba, quién se encargaba de la casa.
Bueno pero hoy en día, aunque tenga cuatro hijos, si la mujer tiene que salir a trabajar, tiene que salir a trabajar.
A mí me gustaba estar en mi casa. Si a mí me hubieran dado a elegir, yo elegía estar en mi casa. Lo hacía con gusto, con amor. Cuando yo me casé, mi marido quiso que dejara de trabajar y yo dejé. Era algo común, el hombre trabajaba y la mujer se encargaba de los quehaceres de la casa. No sé si serán costumbres, pero eso ya se perdió, hoy en día la mujer tomó un rol más protagónico en la vida.
¿Cómo era tu trabajo en esa época?
 Yo trabajaba en una perfumería, donde envasábamos, tapábamos, envolvíamos, metíamos en caja, cada una tenía su tarea. Había una cinta larga que empezaba donde estaban las maquinas que envasaban, después iban a otra máquina que se le ponía el remache, después seguían por la cinta que iban a las que tapaban el frasco, las que limpiaban, yo estaba en la parte a veces de envasadora y a veces de etiquetadora. Y después estaban las que envolvían y ya pasaban a las cajas. Seis botellas en cada caja.
¿Se hablaba de inseguridad?
Nada. No solamente en el barrio, no pasaba nada. Nosotros acá, teníamos dos entradas. La puerta que daba a la calle y, al lado, la puerta que daba al pasillo. Siempre entrábamos y salíamos por el pasillo. Esa puerta que daba a la calle del pasillo, nunca se cerró. Pero no solamente cerrarla sin llaves. La agarrábamos con un ganchito apoyada contra la pared para que el viento no la golpee. Y jamás entró nadie a robar. Y teníamos un tapial bajo en el pasillo, y sin embargo nunca nadie entró. En el verano dormíamos con todo abierto. Todas las persianas y las puertas que daban al patio abierto.
¿Qué se hacía los fines de semana?
Ir al cine, ir a bailar. Al club Sporting venían las orquestas típicas y las de jazz. Media hora cada una en vivo. Y yo tendría 13, 14 años. Íbamos todos.
¿Tuviste la oportunidad de ver a cantores reconocidos?
Lo vi a Alberto Castillo, Enrique Campos que cantaba con la orquesta de Ricardo Tanturi, a Pugliese con Chanel y Moran, a Troilo con Marino y Florentino, a De Angelis, que era mi locura, con Julio Martel. Vi a algunos, a mí siempre me encantó el tango, siempre fui tanguera.

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